La importancia de ser, una brevedad acerca de los abismos entre yo y todos

Uno de las primeras epifanías del que vive solo, al menos en mi caso, es ver como los cimientos que cree que lo sostienen como un yo estable y autoconocido (y confirmado por la Mirada de los demás) no son tales: las pequeñas delicias del ser burgués de repente no son lo que la foto de la caja de galletas anuncia. Y entonces, el momento de la dicotomía autoconfrontativa: "¿reinstauro los fundamentos de lo que es ya una falsa mampostería--y así, refrescándolos, dándoles nuevamente sentido--o cambio totalmente la fachada?" Está de más reparar en aquella que fue mi elección, no quiero pecar de ególatra más que lo que un blog puede llegar a suponer (o un posteo en particular al menos). Quizás hoy quiero compartir conmigo o con el que ande por ahí que solo hay una cosa más difícil o desafiante que lidiar con las propias máscaras: lidiar con las de los demás.

Ciertamente son hermosas estas líneas de Georgie, estas suyas de "Llaneza":

No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.

Mas, hoy me pregunto qué sucede cuando el que entra al seno de los que lo rodean ya no los reconoce a ellos (y quizás hasta ni se reconoce a sí mismo en ellos). ¿Cómo continúa una historia así? Varias veces he hablado de que los abismos entre los seres vivos son insalvables, y con los que amamos podemos hacer lo posible para salvaguardar la ilusión de una unión de almas. Pero llega un momento en que la Brecha (permítaseme que la personifique) dice: "hasta aquí, la ilusión de la armonía y unión. Es hora ya de la demarcación total de los inter-seres."

Y cuando la escisión ha sucedido, solo quedan las charlas triviales, el recuerdo de habernos conocido, la despedida.

Pero yo seguiré siendo yo, y a eso es imposible renunciar.